La Comunidad se levanta diariamente a las 6 de la mañana, media hora después, a las 6.30h. van todas juntas al coro a Laudes y Maitines, cantados con pausa, no rezados, y después hacen oración mental durante una media hora.

Antiguamente, los maitines los hacían a media noche, para los que se levantaban en invierno y en verano. Esta costumbre ha tenido que ser desestimada por la Comunidad, debido a la avanzada edad de la mayoría de las monjas. Por ello, las realizan por la mañana junto con laudes.

A las 7.30 de la mañana, después de haber cantado las horas litúrgicas menores, asisten a misa y reciben la comunión.

 
 
A las 8.30 de la mañana, coincidiendo con la tercia, van a desayunar, y posteriormente, comienzan los trabajos conventuales no religiosos, básicamente limpieza de la casa, repostería, lavado y planchado de los hábitos, etc. Cada monja tiene asignada su labor específica, y toda la comunidad participa de las labores generales.

 

A Sexta, 12.45 h. Del mediodía, se retoman los rezos antes de participar en el refectorio de la comida comunitaria, que suele hacerse 15 minutos después, sobre la 1 del medio día. Se come en completo silencio, escuchando a la hermana lectora, que lee diversos libros de temas religiosos, salvo los viernes que se lee la Regla en la comida, y el testamento de Santa Clara en la cena. Las hermanas lectoras se turnan por semanas. Después de la comida, hay un rato de recreo, que dura hasta las 2h. De la tarde, más tarde llega el silencio mayor hasta las 3.30 h. De la tarde. Durante este espacio de tiempo cada monja realiza su labor compaginándola con la meditación que obliga el silencio mayor.

 

Tocan después la Nona, para rezar en el coro la Corona Franciscana. Luego vuelven a sus labores cotidianas, hasta Vísperas, sobre las 6.45 h. de la tarde, que vuelven al coro a rezar el rosario de la Virgen, la letanía y otras devociones, completando hasta las 8h de la tarde, que es la hora de la cena, con otro rato de labor. Después de cenar, en el mismo refectorio, se reza completas y se retiran a sus celdas hasta el día siguiente.

 
 

Como podemos apreciar, el rezo del Oficio Divino es absorbente: Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. No obstante, lo llevan con un inusitado entusiasmo porque para ellas no se trata de una obligación a realizar, sino de una necesidad a satisfacer.

Cada mes, tienen un día de retiro, que suele coincidir con el último domingo del mes. Ese día se trabaja lo mínimo necesario y se emplea en reflexionar sobre la vida particular de cada una y sobre la vida de la comunidad. Se analiza en profundidad y completa soledad algún capítulo de la Regla, que previamente ha elegido la Madre Abadesa. Ese mismo día, por la tarde, horas antes de la cena, se celebra el Capítulo de Culpas en la Sala Capitular donde, después de la reflexión, cada monja ofrece a la comunidad su confesión recibiendo después la exhortación de la Madre Abadesa. También sirve esta reunión para tratar de cualquier asunto de importancia relacionado con la comunidad.

La Madre Abadesa, no es un cargo perpetuo, es elegida por un periodo de tres años. Para ello se reúne toda la comunidad junto con el vicario del arzobispado en el coro bajo del monasterio. En el acto, primero se depone de su cargo a la Madre Abadesa saliente, la cual entrega la llave de la comunidad al Vicario, y en ese momento deja de ser "Madre" y pasa a ser solo "Sor", una más de la comunidad. Después se vota en secreto y por mayoría se nombra o se reelige a la nueva Madre Abadesa. En caso de empate forzoso, la mayor de ellas en años sería la que se nombraría como Madre Abadesa.

Tras la elección, el Vicario se dirige a la elegida, y le pregunta si acepta el cargo, en caso afirmativo, responde: "acepto por amor a Dios", y recibe la llave de la comunidad. En el caso de rechazo del cargo, por reflexión interna se realiza una nueva votación hasta conseguir a la nueva madre abadesa.

Pero antes, cualquier abadesa, cualquier monja profesa, ha recorrido un extenso camino de religión. Como ellas mismas comentan, para ello, la Iglesia que es ante todo madre, nos da un margen de tiempo suficiente para conocer a fondo el carisma y la obligación que ser monja clarisa lleva consigo: un año de postulantado ( antes solo seis meses), dos de noviciado (antes solo un año) y tres años de juniorado.

 
 

Estos primeros años son tiempo de formación a todos los efectos. Se les asigna una Maestra que las ayude a madurar la elección libre de entrar en la congregación. A este objetivo final están ligados otros elementos: la comprobación, por parte de la novicia y de la comunidad, de la autenticidad de la llamada; y la maduración a una nueva disposición de ánimo, en ruptura con su precedente condición de vida.

El postulantado comienza cuando la joven, mediante una solicitud explícita, llamada a la puerta de la congregación, aceptando las exigencias de un periodo de contacto más estrecho con la comunidad. Acaba cuando pasado el tiempo de maduración establecido por la Orden, como ya se ha dicho de un año, la candidata manifiesta la libre y clara decisión de iniciar su noviciado.

Para ello la comunidad habrá verificado con los hechos de la joven su capacidad de ruptura con relación al estilo precedente de vida, pero sin exigirle aún que sea capaz de satisfacer todas las exigencias de la vida consagrada.

Después, durante el noviciado, la Maestra ayudará a la joven monja a ver su realidad personal y a descubrir sus verdaderas motivaciones y aspiraciones, orientándola a través de un proyecto de maduración humana y religiosa, hacia una opción libre y responsable.

Los contenidos de esta formación, de acuerdo con los propuestos por la Renovationis causam, se estructuran en cuatro áreas: espiritual, psicológica, humana y afectiva.

Alcanzada esta formación, y aceptada por la novicia, optará con el beneplácito de toda la comunidad a profesar los votos simples. Y a partir de ese día, se empieza a contar el periodo de vida efectiva de religión.