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![]() RVDA. M. SOR CLARA DE LA EUCARISTÍA OLVERA |
Los días transcurren dentro de la clausura de acuerdo a las pautas establecidas por la comunidad, sujetas a la Regla y vigiladas por el alma de la Madre Abadesa que tiene la obligación y el deber de modelar la trayectoria cotidiana de este monasterio con ya cuatro siglos de edad. En realidad, no se diferencia la vida en su interior mucho de la vida del mundo, salvo si cabe en el espacio que a uno le rodea. Cada cual está sujeto en la sociedad a acatar unas normas establecidas que llamamos leyes y que están vigiladas por las fuerzas de seguridad del Estado y promulgadas por los representantes legales del pueblo. Igual sucede en la clausura, sus leyes se recogen en la Regla, y su vigilancia recae en la Madre Abadesa. |
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Después, desde el niño más pequeño hasta el anciano jubilado, tienen que cumplir un horario que resulta monótono pero que aceptamos a diario como compromiso responsable ante nuestra sociedad. No es de extrañar, que las monjas, también cumplan con su horario diario, y que éste no deja de ser ni más ni menos monótono que el nuestro propio. La diferencia es que ellas, y lo hemos podido comprobar, hacen lo que han elegido hacer, y por tanto, les resulta cómodo y agradable, a la vez, que encuentran satisfacción en su vocación alcanzando una felicidad que difícilmente se puede palpar en el mundo exterior, donde resulta muy extraño que uno se encuentre a personas realizando la labor que consideran la suya. De ahí el invento mundano de lo que llamamos tener un hobby que nos haga más llevadera la monotonía diaria. |
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En todo el monasterio reina un silencio que no entristece, al contrario, producía, como ya hemos dicho, una extraña sensación de paz y sosiego nunca experimentada. A pesar de este estado silencioso, se percibe vida por cada uno de los rincones, todo el monasterio está inundado de vida. Vida que brota a borbotones en cada sonrisa de las monjas. Recuerdo en estos momentos, como durante los preparativos de la foto de la comunidad, por equivocación nuestra, se vieron obligadas a esperar posando durante más de 30 minutos. Ni una queja salió de labio alguno, con infinita y bondadosa paciencia esperaron a que pudiéramos realizar la foto, incluso, ante los lógicos nerviosismos que partían de nosotros, se permitían hacer chistes para tranquilizarnos y demostrarnos su total complacencia. Entre ellas, fué Sor María de San José Gamito la que más bromas gastaba, la que más alegría radiaba. Más tarde, nos enteramos que en esos momentos, esta monja estaba luchando a vida y muerte con el cáncer. Murió pocos días después sin poder disfrutar del anhelado IV Centenario de su casa, en sus palabras siempre animando, preguntando, interesándose por nuestro trabajo como si fuese el más importante del mundo. |
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![]() SOR MARÍA DE SAN JOSÉ GAMITO |
En sus ojos, hay luz, dulzura e inocencia. Son ojos que miran de verdad, que saben ver y que son capaces de abrazar con todo el corazón en una sola mirada. Y su alegría. No es una alegría alocada y desbocada como la que estamos acostumbrados a percibir. Es serena, firme, donde no cabe la menor duda de que sea fingida. Es tan sencilla que basta un mínimo gesto, una palabra, para hacerlas reir. Se percibe que esta alegría les nace de dentro. Según ellas es la alegría del Espíritu. |
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